Petarda

Mujer de cierta edad, pesada, tontuela, habla mucho de lo suyo, se cree que su mundo acotado es el de los demás. Su discurso no interesa excepto si es otra igual que ella, pero no porque le importe sino para contraponer el suyo propio. Las petardas se suelen juntar entre ellas. Pueden llegar a ser amigas si el “pues a mí” está balanceado, pero si una abusa en la conversación, las otras le darán de lado.

A ellas se las ha educado para ser así. Hacen lo mejor que saben, lo mejor que pueden, lo que se espera de ellas. Son buenas madres, relativamente buenas esposas, pertenecen a un estatus medio saneado.  Suelen estar fondonas. Miran el telediario pero prefieren los programas de cotilleo y las telenovelas. Sus hijos y sus nietos suelen ser los mejores. Hablan de lo que van a hacer de comer, de los productos de limpieza, de menaje, de sus achaques. Saben poquitas cosas. Les duelen las piernas por la tarde. Se sofocan.

Se saludan entre ellas, hablan todas a la vez cuando se juntan varias. Son clientas habituales de sus peluquerías. Puede que se apunten a alguna asociación donde se reúnen para hacer ciertas cosas, pero luego dejan de ir porque tienen muchísimo que hacer en sus casas y no tienen tiempo. Siempre están ocupadas atendiendo a su familia. Su vida es su familia. En cambio, la familia les hace poco caso.

El discurso de la petarda no interesa por repetido e inane. La sociedad tiende a menospreciarla.

La mayoría de nosotras ya somos o seremos petardas. Estamos predeterminadas. ¡A ver si espabilamos!

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