Zapatos y princesas II

Siempre me recuerdo en cualquier celebración donde hubiera que asistir formalmente vestida, sentada, con los zapatos en chancla, incapaz de levantarme  y cruzar el salón ni para ir al aseo, ni para saludar a un conocido, mucho menos para salir a la pista de baile. Imagínate cuando había que ir andando a algún sitio o permanecer un rato de pie. Mi vida social estaba limitada por tener pies grandes.

Cuando duelen los pies aparece el mal humor, arruina cualquier evento, pero aún así las mujeres  nos empecinamos en zapatos imposibles. Yo, porque no había de mi talla, y las que llevan un número adecuado y se ponen unos tacones absurdos, con unas tiras que laceran, ¿ellas, por qué?  Por elegancia, para ser más altas, parecer más esbeltas, para que se les marquen los gemelos, porque destacan por encima de las otras, para que se las vea. ¿Nos damos cuenta de que si todas llevamos tacones seguimos al mismo ras que si no los lleváramos?¿Por qué la altura física nos hace sentir más importantes? ¿Suponemos que vamos a ser mejor valoradas cuanto más altas? ¿Y si dejáramos de competir en puntuaciones por el aspecto? ¿Y si nos libramos del lastre de simular? ¿Y si nos dedicáramos a mirar a la altura de los ojos y a escuchar lo que nos digan y a decir lo que tenemos que decir?

 

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